
Por Gilgamesh
“si esta cárcel sigue así...”
“Lo mejor que se puede hacer por un preso es dejarlo libre”, dijo hace unos años el grandioso “Hank” Bukowsky.
Y en esa frase esta planteada despiadadamente toda la problemática del sistema carcelario, punitivo, represivo o como ustedes prefieran llamarle.
Heineken de por medio, el bardo nos interpela todo el tiempo. ¿De que sirve la cárcel? ¿Cuál es su función? ¿Que fines persigue? ¿Cómo es que se volvió el molde de nuestra sociedad? ¿Cómo es que esta sociedad se banca ese templo de la injusticia llamado prisión?
Lo terrible de estas preguntas es que tienen una respuesta clara. Una respuesta concreta que define el rol del sistema carcelario sin ningún dejo de dudas. Hay toneladas de papel escrito sobre el tema, (solo Foucault escribió un par de kilos), pero pareciera que no se sabe leer, o mejor dicho que se lee bien pero se interpreta a gusto de la clase dominante.
“...todo preso es político”
No hay ninguna duda que la justicia es y ha sido una “justicia de clase”, (como bien reseña el cumpa Aliverti), pero es en este tiempo, en el cual los atributos del capitalismo son exacerbados en todo su esplendor, cuando esta verdad se nos muestra en toda su magnitud.
No hay justicia. Hay “justicias”. No hay cárcel, hay “cárceles”.
La ley y los derechos civiles mínimos, son aplicados de acuerdo a la posición del reo dentro de este nuevo sistema de castas.
Prisiones preventivas, dos por uno, cárcel domiciliaria, fianzas varias, son aplicadas y distribuidas al mejor estilo de la época feudal.
Presos “comunes” y presos “VIPS”.
Dime cuanto tienes, o cuanto “sabés”, y de acuerdo a ello será tu castigo.
Hay “penas” que dan pena, y penas que dan “risa”.
En este contexto se inscriben las detenciones de los distintos luchadores sociales.
La cárcel por no doblar la cerviz es un mensaje hacia fuera. Es un coercitivo hacia el resto de los descontentos. Es un aviso “ojo, te estamos controlando, te estamos reprimiendo”, la versión cruda del “sonría, lo estamos filmando”.
Prodriamos parafrasear a Evita, cuando decía, “donde hay una necesidad, hay un derecho, y decir, “donde hay una necesidad y hay un reclamo, hay una cárcel esperando”.
“...ni un común va a pestañear”
¿Por qué debería pestañear el “común”? O mejor dicho, ¿por qué, dada la realidad real, el común debería pestañear? O mejor aun, ¿hasta cuando vamos a sostener con inusitada ingenuidad la idea de un pueblo “bueno y comprensivo”, hasta cuando vamos a sostener la sobrevaloracion de la sabiduría del “sentido común”? ¿Por qué no entender mejor, y así actuar mas acertadamente, el porque de esta reacción? ¿Por qué no verla dentro del devenir histórico como la simple continuidad del viejo y terrible “no te metas” y su correlato “en algo andarán”?
El luchador social convertido en preso político no hace, (“lo hacen”), mas que convertirse en preso, con lo cual pasa a cagar con todo el descrédito que tiene para el común esa condición social. El preso político es solo un mártir para los lectores de la “prensa obrerisima”. El mito del ex reo que es recibido como un héroe luego de su liberación es eso, solo un mito.
Para el común un “preso político” no es mas que un “preso a secas”.
“...si tu preso es político”
Hay dos pensadores que imaginaron el futuro de la sociedad como sistemas punitivos cuasi perfectos. Ellos son M. Foucault y G. Orwell.
En esas sociedades el estado aparece como controlando hasta el más mínimo detalle la vida de sus ciudadanos. Hay una presencia “capilar” del poder central sobre el control de los individuos.
Ahora, si bien esta sociedad esta siendo en muchos sentidos la concreción de esos augurios. Pero también esta siendo otra cosa. Se esta manifestando un fenómeno completamente nuevo que es la “externalizacion de la cárcel”. No se trata solamente de que los sistemas de control carcelarios se impongan día a día el la cotidianeidad de la vida, sino que toda esta faceta represiva esta acompañada por la implantación de los valores carcelarios, de los códigos de la cárcel, mas allá de los muros de la misma. Hay muchos indicadores de que la cosa va encaminada de esa forma. Es posible mencionar a cuatro de ellos, solo para abrir el juego y proponer un análisis más exhaustivo del mismo.
Los códigos carcelarios, sus símbolos, (en especial el lenguaje), están trascendiendo su nicho social clásico para convertirse, poco a poco, en parte esencial de la cultura de las clases populares. Un enfoque clasista, limitado y sobre todo muy estúpido, de la “cumbia villera” y su “packagin”, nos esta haciendo perder de vista esta manifestación de un cambio cultural extremadamente profundo. Cabe preguntarse si es solamente esta negación se debe a la ineficacia para entender la sociedad de algunos “mulos y refugiados” del poder político, o si es una estrategia clara y predefinida de los verdaderos dueños de ese poder.
Por otro lado, la “circularidad” que impone el hecho de que los “reos” entren y salgan de la cárcel, (no por culpa exclusiva de los reos, como nos pretende hacer creer el Sr. Blumberg), alimenta y fortalece lo planteado con anterioridad. Se plantea la extraña situación de que la “vida civil” y la “vida carcelaria” de una importante de la población se sucede con una continuidad que debería ser alarmante cuanto menos. Sin ninguna posibilidad de verdadera reinserción social, con una “sociedad civil expulsiva”, la sociedad carcelaria da identidad y pertenencia.
Los mismos códigos que marcan y marginan, son como los tatuajes que se vuelven interreconocibles en un mundo que no los reconoce como personas.
Y que pasa cuando cada comisaria se convierte de hecho en una sucursal de las prisiones. Exportamos la cárcel a cada barrio. Brindamos la posibilidad de que cada policía tenga su propio preso. (Vale la pena recordar que este sistema fue impuesto por la dictadura militar cuando cada barrio, (hasta en el insípido Aldo Bonzi tuvimos nuestro aborrecible Vesubio), contaba con su Centro de Detención Clandestino).
Si a esto le sumamos los casos de “gatillo fácil” estaremos cerrando el circulo donde las modernas “mazamorras” son complementadas con los eficientes “verdugos”.
No hay duda que la idea matriz que sostiene esta política es fortalecer el acostumbramiento de la aceptación por parte de la población de que la única solución a los conflictos sociales es mas y mas represión. De que todo debe convertirse en una gran cárcel. Una cárcel donde los roles están repartidos de antemano. Ya se sabe quienes serán los verdaderos presos y quienes sus guardiacárceles.
“...el ascensor, ya sube... tu confesión, ya sube”
Pibes torturados en una cárcel de Santiago del Estero. Submarinos secos en cualquier comisaria de La Matanza. Muertes por encargo en las prisiones bonaerenses. Condiciones de vida infrahumanas en todo el servicio penitenciario. Superpoblación carcelaria. Requisas insoportables a familiares de los detenidos. Imposibilidad de reconstruir una vida digna como ex convicto. Marginalidad dentro de la marginalidad. y más...
Son todas paginas de un mismo libro. Las del texto que nos habla sobre la deshumanización del reo. La deshumanización, del “excluido social”. La deshumanización de la pobreza y el pobre.
No existe una cárcel sin violencia. No puede existir “esta cárcel” sin una exacerbación de dicha violencia. El desprecio por la vida misma del reo y su entorno esta en el ADN de nuestro sistema penitenciario.
Dice Jean-Marc Rouillan, (preso en una cárcel francesa desde 1987), en el Diplo, “en las cárceles modernas ha renacido la noción premoderna de la cárcel como sufrimiento”, a lo que muy respetuosamente hay que agregarle, “el sufrimiento llevado a sus últimos limites es una noción y una practica del estado posmoderno”.
Esta cárcel es una necesidad insoslayable del estado posmoderno.
Ya decía el insuperable Orwell en “1984”, es decir, ponía en boca de ese formidable personaje que es Winston Smith, “el poder es la capacidad de hacer sufrir al otro”.
Esta sociedad encuentra en su sistema punitivo la herramienta fundamental de su ejercicio del “sadismo” sobre el resto del pueblo.
Hay que destruir al preso para que nunca deje de ser preso. Hay que volverlo reconocible en todo tiempo y lugar. Hay que marcarlo a fuego. Como dice el francés, “hay que hacer que el preso huela a preso”.
La idea no es que no haya presos, sino que todos seamos presos.
Que todos apestemos, aunque solo sea por contagio.
“...deténganme... deténganlos”
La única solución posible a esta situación es “la abolición total del sistema carcelario”.
Decir como Hank, “no mas presos en estas condiciones, ni en otras”.
Este sistema punitivo explica por si mismo su fracaso, por lo menos en los términos en que se plantea en los papeles, como lugar donde se daria un proceso de rehabilitacion de los reos, no así en sus fundamentos básicos reales., que no son otros que los de apuntalar al mismo sitem a que lo engendra.
“Libertad a los presos políticos, es decir a todos” debe ser el grito de guerra.
Y la puta que es difícil pensarlo. Pero porque no. Porque dejar en manos de los Blumberistas la decisión de cuales deben ser los métodos para encaminar los conflictos de una sociedad cada vez más compleja.
¿O acaso solo nos importan nuestros presos?
¿O acaso repetimos el molde de la clase dominante de que hay presos mejores que otros?
Mientras no nos animemos a poner en el centro del debate las razones por las cuales la cárcel existe y apuntemos todos los cañones a desentrañar el problema, solo seremos justificadores del sistema, seremos la oposición “alocada y tolerable” del mismo.
En tanto y en cuanto no expliquemos hasta el hartazgo que esta sociedad es una cárcel en si misma, hasta que no seamos lo suficientemente inteligentes para desarmar el rompecabezas carcelario, si no arremetemos contra los molinos de viento aun cuando esto nos signifique ser tildados de dementes, garantistas u otras boludeces, las llaves de las celdas estarán en otras manos.
Si carecemos de la valentía necesaria para ir adelante con esta propuesta no nos quedara otra que elegir entre ser “preso” o “carcelero”.
Tache usted lo que no corresponda.